Hannah Arendt: amor mundi el ticket de entrada de lo político.
El mundo es aquello desde lo cual es “a la mano”.
Martin Heidegger, Ser y Tiempo.
El mundo no sólo es una creación divina o una totalidad de cosas dadas, sino también es lo que el hombre se encuentra al nacer, lo que le precede. En este caso cuando nacemos, el mundo se nos presenta como algo extraño pero igual novedoso, precisamente porque no conocemos a detalle lo que es en sí, pero nos es llamativo en tanto que hay algo que roba nuestra atención, y eso, hace patente nuestro interés por desentrañar el carácter del mundo. Al respecto de esto, Hannah Arendt, una intelectual y filosofa[1] del siglo XX nos ofrece una grata reflexión sobre la natalidad, cuyo carácter denota si bien la estela de lo poético-simbólica, y no meramente biológica como suele entenderse en la vida diaria.
Para Hannah, entonces la natalidad como tal representa un iniciar de nuevo y un aparecer ante los demás, es decir, “saltar a la vista de todos”. En realidad esto, es posible gracias a la fuerza que posee la acción sobre las cosas dada o puestas en marcha, como situaciones concretas o generalmente problemas en el marco social. Aquí la acción tiene una veta política ya que permite revolucionar el estado que guarda la polis, pero esto a su vez implica un distanciamiento con la tradición de la llamada filosofía política, eso lo aclara Arendt:
La expresión “filosofía política”, expresión que yo evito, está extremadamente sobre cargada por la tradición. Cuando yo hablo de estos temas, sea académicamente o no, siempre menciono que hay una tensión entre la filosofía y la política. Es decir, entre el hombre como ser que filosofa y el hombre como ser que actúa; es una tensión que no existe en la filosofía de la naturaleza. El filósofo se sitúa frente a la naturaleza como todos los demás seres humanos; cuando medita sobre ella, habla en nombre de toda la humanidad.[2]
De este modo, la acción aparte de manifestarse en el hombre como un sujeto que actúa, también tiene políticamente un impulso ante la polis, pero de igual modo se articula con la natalidad como un inicio de algo nuevo y un aparecer ante los demás, resumiéndolo es un “saltar a la vista de todos”. La natalidad arroja sin duda una preocupación por el mundo, Hannah Arendt diría amor mundi, ¿Por qué es tan difícil amar el mundo?, de ahí surge la vital preocupación por el mundo; en primera porque vivimos en él y en segunda porque el mundo no es sólo uno, sino entre los hombres de forma plural señala Arendt.
Esto, posibilita el darse al mundo, el entregaros a él, de modo que aparecemos en el mundo, y por tanto ocupamos un papel relevante en él. El hombre por ejemplo, ve los acontecimientos que se sucintan en el mundo, y a partir de ahí inicia su reflexión sobre las condiciones mundanales que encierran si se prefiere un misterio, lo hace, sin ser un sabio, es ahí cuando empieza a filosofar sin ser filósofo, ésta reflexión hace eco de una preocupación por el mundo, y refleja lo que vemos, sentimos y hacemos en la vida de una forma global.
La preocupación por el mundo (de amor mundi) entre los hombre conlleva un mismo objetivo, este radica en que “el amar y preocuparse por el mundo, entonces es procurar lo público de él. Por público entiende Arendt, en primer lugar, aquello que al aparecer puede ser visto –el mundo de las apariencias- y, en segundo término, se refiere al mundo mismo en cuanto es común a todos y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él.”[3] Con ello, el amor mundi no sólo configura la situación mundanal sino también engloba lo público, como parte de una característica esencial de la política, puesto que para Arendt es la columna vertebral de la libertad en términos de pluralidad.
Finalmente, para afianzar al amor mundi que revela la filosofía de nuestra judía e intelectual Arendt, cabe decir que “vivir y compartir un mundo significa, entonces, que un mundo de cosas realizadas por el hombre se sitúa entre quienes lo comparten. En esta tarea, la acción del hombre es fundamental, sobre todo ese tipo de acción que es la cultura. (…) la educación es una tarea de amor mundi.”[4]
[1] Aunque Hannah Arendt no aceptaba la etiqueta de filosofa muchos pensadores como Domingo Blanco, Fernando Bárcena y julio Quesada sólo por mencionar algunos, consideran que hay elementos suficiente para catalogarla como una filosofa que sin duda mete el diente en la filosofía con sus reflexiones, sobre la natalidad, la política, la acción etc.
[2] Hannah Arendt, “¿Qué queda? Queda la lengua materna conversación con Gunther Gaus”, en Ensayos de comprensión 1930-1954. Caparrós editoriales, colección esprit, traducción de Agustín Serrano de Haro, 2005, p. 18.
[3] Fernando Bárcena, Hannah Arendt: una filosofía de la natalidad, Herder editorial, 2006, Madrid, p. 126.
[4] Ídem, misma pagina.