“Diríamos que dos niños significan dos vueltas”
La sensación que genera la historia –quizás tortuosa y desgastante– entre el infante y su institutriz, no es otra cosa que el discurso sobre el suspenso cruel y voraz de un niño que resiste en llevar una vida apacible y ascética. La señora Grose es la encargada de una pareja de niños; Miles y Flora. Sin embargo, no es la responsable de su conducta o educación, simplemente es el ama de llaves de la casa. La irremediable inquietud de los niños ha causado un profundo misterio, se ha fraguado un rechazo generalizado a todas aquellas a ocupar la vacante de institutriz; nadie ha querido asumir el oficio por el vil miedo a fracasar.
Sólo una institutriz ha tomado la decisión de ganarse la confianza de los niños, antes debe enfrentar diversos obstáculos principalmente el enigma de las inexplicables apariciones en la casa. Miles, ve lo que otros –adultos– e incluso niño no pueden ver ni mucho menos imaginar. Lo interesante de Henry James es el recurso que utiliza para hablar de “la vuelta de tuerca”; se trata de un final sorpresa que trastoca a groso modo la novela y nos sitúa en circunstancia sui géneris capaces de redoblar la estructura de la narrativa inicial. Al inicio de la obra la afirmación de James es clara: “diríamos que dos niños significan dos vueltas”, es decir, que Miles y Flora representan a esos dos niños. Que han sido marcados por el pasado incierto de Jessel –su institutriz– fallecida.
Ella, es quien ronda por los pasillos de su casa como un fantasma sin recato ni descanso, la revelación espiritual ha generado un sentimiento de hostil en la vida de la nueva institutriz y Miles. La tragedia que encierra la novela de Henry James constituye la imposibilidad de evadir a nuestros miedos, palíndromos, fobias, iras, males y demás fuerzas negativas que impiden vivir y dejan morir silenciosamente. No hay vuelta atrás sino sólo una tuerca. La obcecada imagen de Jessel –la institutriz muerta– es el delirio que avecina el final sorpresa, su estilo reduce miles de explicaciones que sólo se intuyen a simple ojo, lo que hace de la novela una aventura excepcional para quienes aman los destinos inciertos.
La lectura de “la vuelta de tuerca” me deja claro que los secretos y misterios de los niños, no son ajenos a nosotros los adultos, por más que exista una diferencia entre etapa, desarrollo y edad, la única maravilla es el sentido que adquiere justamente esos secretos en nuestras vidas. Vale la pena también reconocer la labor de Sergio Pitol en la traducción, un gesto valioso y erudito que transmite entre líneas una fresca emotividad de un Xalapeño, apasionado por la escritura.