El señor K entre la razón y las manos sucias
En diversas ocasiones se ha escrito sobre la obra Franz Kafka, mucho de lo escrito revela la singularidad de sus personajes y los problemas que cada uno de ellos debe de enfrentar aun cuando no hay alternativas. Los escritos de Kafka e incluso sus dibujos son el reflejo quizás de un solitario y apasionado escritor judío, que más allá de mostrar frialdad y miseria en el hombre, cuestionó el orden del mundo y la manera en cómo nos conducimos en él.
En el Proceso de Kafka, se observan muy bien este interrogatorio que permea a toda la obra; encontramos un pesimismo vacío que recorre casi todos los instantes que señor K es atrapado por la Ley. Sin duda, Kafka rompe con el juego estratégico de las leyes, se reserva de ser un juarista y se preocupa más en cómo saber la verdad que por la justicia –hay que recordar que la justicia no siempre es sinónimo de la verdad sino de las disposiciones o derechos que cada sujeto tiene–.
El señor K como crítico de la razón
En realidad, el señor K es Joseph K., quien es el personaje vital de la novela El Proceso de Franz Kafka: dicho personaje se inserta en un contexto enigmático y hostil para el final de la novela. Su valentía, es desafiante y sobria para comprender si es posible, qué pasa con su vida. El señor K ha sido arrestado. ¿La justicia lo persigue, o sólo son las sombras del Golem que busca someterlo? En efecto, es el inspector que dice representar a las leyes de ese país, o bien, es el agente de policía que investiga a K al parecer por un delito. La discusión es larga entre K y el inspector, delante de la voz de K, esta un razón que llama a gritos, quién debe ser arrestado y quién no.
Esta razón, se ha entendido convencionalmente como una norma que es ad hoc para el Estado moderno. -Hay que tomar en cuenta que Kafka trabajo mucho tiempo en una compañía de seguros en Praga, y en cierto modo influye en su escritura contra la burocracia e instituciones públicas.- El señor K no es personaje platónico de las novelas policiacas (como Sherlock Holmes), porque no se basa en razonamientos deductivos para resolver el caso. Aun mejor, K no tiene método, sus intuiciones son más explosivas e ingenuas que determinantes. La indagación de K por resolver, o al menos saber con perdón, qué pasa con su vida; lo perfila a lidiar con una razón imperante, que no lo dejar ser libre sino lo atrapa cada vez más.
La libertad en El Proceso es un tópico central para Kafka precisamente porque en toda la novela K es objeto de represión, martirio y hostigamiento, aunque el final suela ser aterrador, ya que ilustra lacónicamente los últimos momentos del señor K: la muerte anunciada por los bribones, es un hecho. Llama la atención que K en toda la novela nunca es libre, puesto que él ha sido sometido a un Proceso; lo grave después de todo es el tratar de luchar contra los otros (el abogado, el fabricante y el pintor). K rompe sin duda con la afirmación de Jean Paul Sartre; estamos condenados a ser libre. ¿La violencia hoy en día acaso no representa la imposibilidad de ser libres?
K está igualmente fuera de los parámetros de la ética kantiana, que se ciña en el imperativo categórico, cumplir una acción de tal modo que se transforme en una acción o máxima universal validad para todos. El señor K es enemigo de los imperativos, ya que su pensamiento se ubican a contrapelo de estatutos que condicionen o determinen la libertad del hombre en términos creativos, de entrever lo que está entre la luz y el vacío. Lo que menos busca K en sus diferentes confrontaciones es una razón, por el contrario, busca una contra-lógica del discurso que elimine el ego de los abogados.
O al menos, elimine la etiqueta predominante de la justicia que acecha su vida de mil formas, su rechazo es en la superficie la interpretación de una burla y una resistencia precisamente a esos imperativos o dispositivos “legales” que están en juega dentro de su arresto. Porque la actitud de K es cuestionar los supuestos bajo los cuales se articula no sólo su Proceso sino cómo se aplican esas leyes a los además. Es decir, K sólo es un ejemplo de posibles casos que son víctimas de las injusticias tormentosas.
K frente a las manos sucias del abogado
En realidad nadie hace justicia por sus propias manos según el marco de “legalidad” que prevé un Estado moderno. Normalmente se trata de agotar los últimos recursos legales que están en la mesa, de modo que podamos defendernos bajo lo que permite las propias leyes del Estado. Con el señor K, sucede todo lo contrario, hay un momento de la novela donde Kafka describe cómo K le pide a su abogado que renuncia a su caso que enfrenta; ¿no puede ser, qué pasa por la cabeza K al tomar esa decisión? ¿El Proceso que enfrenta K no acaso ya está perdido? El rechazo de su abogado no se debe a una especie de anarquismo que en algún momento K pudiera adoptar, más bien se trata de una negación radical de la afirmación de ciertos supuestos legales y políticos que se establecen un Estado.
En este sentido, K tendrá que afrontar el reto de salir de esta injusticia que cada vez se vuelve preso de ella. La decisión de K respecto a que su abogado deje de hacerse cargo del Proceso que enfrenta él, es porque el trabajo del jurista se ha tornado en sí inoperante en la cárcel psicológica que vive en carne propia K; por ello, el renunciar no anulaba ni pone al corriente el juicio que enfrenta en señor K. Para la mayoría, este tipo de decisiones no suelen ser tan espontaneas ni mucho menos extremas, pero K es un “otro” totalmente diferente en toda la extensión de la palabra, ya que el interrumpe y destruye una modalidad de acceder a la verdad de la justicia.
Esto significa, que en muchas ocasiones el imponer una demando contra alguien, está de más, puesto que es un recurso legal que en primera instancia tiene efecto (en términos de abrir una investigación para fincar responsabilidades), pero tal efecto nunca logra encontrar su verdadera fuerza (quiero decir, que la voluntad es enterrada por los diversos procesos en que se constituye la verdad de la justicia).
Los procesos son muy variados en tanto que no son “estables” según los códigos civiles, penales y mercantiles que aparan un marco de legalidad. Por tanto, lo ideal sería que funcionaran estables para aquellos que son víctimas de atracos e injusticias. En esta parte, Kafka nos enseña sólo un extracto de la realidad en la que K es el actor principal de esta escena teatral; el aceptar como tal a su abogado a que siga a cargo de su Proceso es con el riesgo de condenar su libertad a un juez que “juzga” sin tener preferencias a terceros. La justicia es ciega, no ve en el sentido de que sea imparcial sino que en una rendija posible ve, lo que no debe de ver.
Los estatutos y leyes que se rigen en una sociedad representan el trasfondo de los sujetos frente a los demás, es decir, la defensa de sus derechos como ciudadanos y el respaldo en el marco de la legalidad, por otro lado, escenifica el encadenamiento de los sujetos a un modo de fundar una justicia, en otras palabras, sólo a través de ciertos mecanismos es permisible justificar los medios bajo los cuales se “dice” que es justo. Por eso, se afirma de manera relativa que la “justicia” no se consolidad como tal en este mundo precisamente porque los órganos jurídicos y demás no conservan una especie de platonismo para creer y vivir que realmente existe la justicia.
A mi juicio, Kafka más allá de mostrar al señor K como presa de la injusticia y los tormentosos diálogos con distintos personajes (el pintor, el padre, el abogado, etc.,) está condenando de manera subjetiva que la justicia es la colonia sólo de la élite, quiero decir, de los que promueven y rigen las leyes de un Estado moderno. Parece sonar un tanto fuerte pero esa es la impresión que Kafka me da. Quizás esta lectura no sea nada atractiva ni incorpore nuevos rasgos o detalles fundamentales de El Proceso, pero si enriquece el sentido de otra interpretación que reside en la literatura, pues si no sería esto posible la imaginación y la ilusión de toda interpretación estaría muerta.