La bruja, el cuerpo y el problema del mal
El Renacimiento fue un periodo celebre para reivindicar los conocimientos de una época a otra, cuyo propósito fue abrir una reflexión entorno al hombre y sus inquietudes desde el punto de vista artístico, literario, filosófico y científico. Más allá de esta reflexión en sí misma, encontramos en la periferia de esta época a una figura maléfica y degradadora del bien, me refiero a la “bruja”, como aquella alteridad radical y amenazadora para el Renacimiento, pues en ese entonces se “…describió y escribió a las brujas; las saco a la luz” (Cohen, 2003, 23), es decir, la bruja como tal, ya existía siglos atrás en la Edad Media, su presencia estaba oculta pero fue hasta el Renacimiento como se conoció, salió del vacío para incorporarse a la mundanidad del mundo.
El discurso de la “bruja” al igual como el del “loco” fue excluido de las prácticas cotidianas y elementales, en este caso la “bruja” representó odio, maldad, herejía, y sin duda una amiga del diablo; para eliminar a esta figura “en 1484, el papa Inocencio VIII otorga a los inquisitores Kraemer y Sprenger, ambos dominicos alemanes, la facultad de crear el manual perfecto cazador de brujas (El Malleus Maleficarum)” (Cohen, 2003, 25). Este manual lo único que buscaba era rastrear, identificar, seleccionar, suprimir, encerrar y sobre todo matar a la “bruja”, esta última idea surgió debido a que ella en sí, promovía los placeres sexuales, la exoticidad del cuerpo, el sexo propiamente.
Así pues, la “bruja” parece estar profundamente destinada a ser acribillada por los inquisitores del Renacimiento, por desnudar su naturaleza, y poner al descubierto los placeres de una mujer común y corriente que inevitablemente puede dejar de hacerlo. Entiendo que la Iglesia Católica intente invocar al bien de miles de formas, pero a su vez pasó a traer a la naturaleza humana de esas mujeres llamadas “brujas”. Los placeres sexuales constituyen un aspecto íntimo tanto de mujeres como de hombres, es algo que difícilmente puede disciplinarse a modo de que se oculte, así como ponerse una prenda la cual cubre el cuerpo y las partes de cada género (pene y vagina).
Aquí el cuerpo de la “bruja” ocupa un papel fundamental porque es éste quien es azotado por El Malleus Maleficarum, ya que el cuerpo es el receptor del castigo de los inquisitores, ante todo, es pertinente señalar que el cuerpo es presencia, es materialidad, es sombra, es textura con dotes sexuales y físicos. De este modo, el cuerpo de la “bruja” es castigado por la vulgaridad y erotismo que despierta en el Renacimiento, puesto que la iglesia Católica está en contra de tales manifestaciones las cuales por un lado afecta a esa alteridad radical, a esa periferia, a esa otra mentalidad y quizás a esa cultura. Estos ataques en contra del cuerpo de la “bruja” se a semeja a lo que Michel Foucault llama el “festival de los cuerpos”, precisamente porque exhiben el cuerpo de las “brujas”, sólo que acá las dejan sin vida; ya que “…el cuerpo de la bruja es sólo un intermediario, un cuerpo de pasaje, una escala donde el demonio interrumpe y explota, donde la mujer se trasforma en bestia.” (Cohen, 2003, 30).
Al parecer, el problema del mal hasta este punto se deriva porque el cuerpo de la “bruja” esta dotado de mal, el demonio está dentro de él; desafortunadamente por elevar los placeres sexuales de una mujer común, por otro lado, el cuerpo sexual de la mujer, de la “bruja”, degrada globalmente la imagen del bien en el Renacimiento. Entonces el mal adquiere fuerza porque se materializa en el cuerpo de la “bruja”, de ahí viene la idea de resolverlo con la violencia, matar al mal, matando a la “bruja”...
Bibliografía
Cohen, Esther (2003), Con el diablo en el cuerpo, filósofos y brujas en el Renacimiento. México: Editorial Taurus-UNAM.