La verdad y la hermenéutica
La tradición: escuchar y permanecer
La tradición para Gadamer constituye un elemento fundamental para el horizonte de la verdad, ya que “escuchar la tradición y permanecer en la tradición es sin duda el camino de la verdad que es preciso encontrar en las ciencias del espíritu.”[1] Por ello, la verdad es vista como una apreciación que viene de la mano de la tradición, porque se desenvuelve en el dialogo con otras tradiciones, que se han conservado a pesar del riego que corren de desaparecer. Entonces, la verdad se sitúa desde la tradición bajo el cual adquiere un horizonte de sentido, que el intérprete asume sin negar los prejuicios que imposibilite el surgimiento de la tradición.
También, para Gadamer la tradición puede pensarse parcialmente de este modo: “las costumbres se adoptan libremente, pero ni se crean por libre determinación ni su validez se fundamenta en ésta. Precisamente es esto lo que llámanos tradición…”[2] En esta cita, notamos que Gadamer manifiesta que las costumbres no se determinan por su libre determinación puesto que existen más tradiciones, cuyo valor es similar una con la otra, lo cual no se excluyen, sino se complementan por su horizonte de comprensión. De igual manera, la verdad subyace en las diversas tradiciones sólo que bajo una especie de rostro llamado verdad del presente, esta consiste en un condicionamiento en el que las ciencias del espíritu se suscriben.
La rehabilitación de la tradición que lleva a cabo Gadamer, es una manera de asumir un tipo de verdad, puesto que ésta no depende de una investigación científica para adquirir sentido sino; siempre hablamos desde la verdad debido a que lo importante es la verdad del presente –en términos heideggerianos sería pensar el “ser ahí”–. Aquí, se desarrollan las ciencias del espíritu que aunque carezcan de métodos o de utilidad, resultan ser parte de un proceso histórico que a pesar de su variación aun se conserva.
En cambio, la verdad –científica– que diluye muy bien en la ilustración, es el esfuerzo de un impulso técnico e industrial que determina el hombre moderno. Por eso, el principal motivo de Kant para encajar la metafísica en la ciencia, es en el fondo una forma de saber si la metafísica puede ofrecer reflexiones que aproximen a un objeto de estudio, o si la verdad con la que cuenta la metafísica es útil para la ciencia.
El problema que ve Gadamer en la Ilustración como un periodo histórico para la cultura Europea, es que el tenor de la razón posibilita reflexionar y transformar de una manera radical e ideológica a la sociedad como moneda de cambio, que en poco tiempo se devalúa o se desgasta como bien dice Nietzsche[3]. Esto, sin duda elimina a la tradición porque la Ilustración olvida lo dicho en el pasado –borrón y cuenta nueva–, piensa en superar proyectos/utopías que en un momento dado no funcionaron, ya que el proyecto ilustrado se distingue por su enorme fervor a la ciencia positiva, y por tanto, al trazo de una verdad como estructura solidad e inmodificable en la autocomprensión del hombre moderno.
Si pensáramos por un momento que la Ilustración aceptará a la tradición en los términos de Gadamer, entonces el proyecto ilustrado dejaría de reivindicar y reformular nuevos planteamientos respectos a ciertas racionalidades –y por su puesto a modificar o transformar verdades universales–. Ahora bien, la problemática en la que se enfrenta la tradición es salvar a las ciencias del espíritu –donde está la hermenéutica– contra las ciencias. No porque su criterio de verdad ostente más rigurosidad, más bien se debe a la fuera de su conocimiento. Por tal motivo, “el conocimiento propio de las ciencias del espíritu implica siempre un autoconocimiento. Nada hay tan proclive al engaño como el autoconocimiento, pero nada tan importante, cuando se logra, para el ser del hombre”[4]
Está claro que Gadamer no trata de colocar a las ciencias del espíritu desde la tradición histórica, creo que más cercano a la experiencia vivencial del mismo hombre, con el fin de reconocer nuevos obstáculos que sea fructíferos para marcar el camino hacia la verdad. En este largo camino la tradición juega un papel indispensable, puesto que como mencionamos, se debe permanecer y escuchar a la tradición como una especie de diálogo con el “otro”. La inconformidad de Gadamer, es principalmente sobre cómo las ciencias del espíritu no han sido consideradas como funcionales –por así decirlo de alguna forma– dentro de la investigación aunque su pretensión no es ésta.
A diferencia, de lo que evoco la Ilustración como exaltación de la razón y de los cambios que ésta derivo a mediados del siglo XX en Europa. H. G. Gadamer piensa que la experiencia más descorazonada, es que la humanidad haya creído que la razón es autosuficiente, cuando lo más vulnerable ha sido el legado que ha sembrado en la cultura occidental pero en especial en la vida del hombre moderno.
Para Gadamer la libertad se da cuando la verdad es visible desde la tradición. No debe de confundirse esto con asuntos moralistas o políticos –como luego suelen hacerse sobre Gadamer–, sino; asociarlo con la vena heideggeriana sobre pensar más el Ser que el ente, precisamente porque Heidegger afirma que una forma sutil de pensar el SER, es a través de la libertad pues es base para entender el comportamiento de la Alethia, o mejor dicho, la esencia de la verdad se descubre como libertad. Por tanto, la tradición en Gadamer significa el camino hacia la verdad que contribuyen las ciencias del espíritu, y su afán para ofrecer una alternativa abierta a lo que él llama logos o discursos. Esto, un poco en contra del saber centralizador de la ciencia y los prejuicios encauzados por la Ilustración.
La autoridad o reconocimiento.
Al igual que la tradición, la autoridad ocupa un lugar privilegiado en el camino hacia la verdad. La noción de autoridad se sitúa en la discusión que Gadamer sostiene con la Ilustración; este proyecto se caracteriza por una racionalidad que abarca tanto la esfera política hasta la científica, e incluso puede llegarse a confundir o ser reduccionista en pensar a la modernidad como la búsqueda de justicia y fraternidad. Pero lo cierto, es que “la verdadera esencia de la autoridad reside en no poder ser irracional, en ser imperativo de la razón, en presuponer en el otro un conocimiento superior que rebasa el juicio propio”[5].
De este modo, la autoridad no puede ser la dueña del mundo –al menos eso dice Gadamer– pero lo contrario sucede en la Ilustración, pues en la razón es donde surge la sumisión u obediencia: políticamente significa que tus derechos o exigencias deben de estar justificadas racionalmente, y el único mecanismo que permite esto es el lenguaje de las leyes, precisamente porque se apega a reglas establecidas que difícilmente será modificadas, a menos que el mismo legislador del mundo sea beneficiado para lo que se quiere. Al final, “(…) el concepto de autoridad pudo convertirse simplemente en lo contrario de la razón y la libertad, en el concepto de obediencia ciega.”[6] Y es justo lo que quiere salvar Gadamer al recuperar la noción de autoridad, para no rolarse ya en este sentido ilustrado.
El ¡Sapere Aude! de Kant –piensa por ti mismo– clama por la libertad para dejar la andadera, que se ha convertido en la dependencia o en el yugo del hombre pre-moderno. Así, el llamado a la ilustración de Kant ayuda a ver el panorama que entrevé Gadamer y su concepto de autoridad. En esta dimensión la razón es la vía para poder exigir la libertad ante cualquier imposición. Para Kant la autoridad es el objeto de su crítica, el dejar de obedecer y pensar por su propia cuenta es sinónimo de autonomía. En cambio, para Gadamer la autoridad “(…) no se otorga sino que se adquiere, y se tiene que ser adquirida si se quiere apelar a ella.”[7]
De ahí, que la autoridad se reconoce más que ser impositiva; el reconocimiento no sólo es hacia la autoridad sino también a la verdad. El juego en el que se inscribe las ciencias del espíritu en relación a la tradición y la autoridad, es el panorama que diseña Gadamer en su Verdad y Método. La verdad para la hermenéutica gadameriana proviene de la tradición, pero se articula en la autoridad para buscar en el otro un conocimiento superior que rebase algún juicio. Es decir, la verdad debe de emerger en el horizonte de la tradición y se orienta por carácter de la autoridad, porque la verdad no procede de una razón universal o histórica, más bien acontece al modo heideggeriano del “ser ahí” como un “desvelamiento”.
Gadamer en su artículo sobre ¿Qué es la verdad? (1957) deja entrever de manera particular, cómo la ciencia griega y la ciencia moderno resaltan el carácter de la verdad desde sectores completamente diferentes. Los griegos cultivan un saber que se presenta como novedoso frente a todo lo que el hombre ya conocía, el logos o razón era la fuente principal de la ciencia y por ende, de la verdad. En cambio, la ciencia moderna opera bajo un método –matemático– que sella el camino hacia certezas universales. Pero en la opinión de Gadamer, la verdad reside en un preguntar y un responder pues se suscita en un dialogo. Entonces, la verdad para Gadamer es la apertura o el desocultamiento de las cosas mismas, que se extiende en una historicidad y temporalidad.
El diálogo para Gadamer es la pauta para el desocultamiento de la verdad; así la autoridad también participa en la búsqueda de esta verdad –de las ciencias del espíritu–junto con la tradición, proponen que la verdad está condicionada por un horizonte que hace sentido en el acontecer del hombre mismo. De manera que, la tradición permanece y escucha, mientras, la autoridad se reconoce o se apela. De aquí nace la cuestión de preguntar y responder, es lo que desea la hermenéutica.
[1] Ibídem, p. 46
[2] Hans-Georg Gadamer, Verdad y Método I, Salamanca: Editorial Sígueme. 2007, p. 348.
[3] Véase Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Editorial Tecnos. Notas y traducción de Simón Royo Hernández.1998.
[4] Óp. Cit, p. 46.
[5] Óp. Cit, p. 45.
[6] Véase Hans-Georg Gadamer, Verdad y Método I. Salamanca: Editorial Sígueme. 2007. p. 347
[7] Cfr. Hans-Georg Gadamer, Verdad y Método I. Salamanca: Editorial Sígueme. 2007. p. 347