Literatura sobre coeducación

Publicado en por Heriliam

 

Caperucita roja

 

En algún lugar fuera de mundo, existió un poblado cerca de la selva negra en Alemania, llamado Ursprung; sus habitantes se distinguían por ser pacíficos y amables a cualquier persona que llegará ese lugar. Pero sobre todo, ese lugar era famoso porque allí se elaboraban los mejores pastelillos de nuez, único en el mundo. La familia que había iniciado con la venta tradicional de pastelillos, eran los Ubec. La señora Mary Ubec era la creadora de una cultura del pastelillo alemán, su hija Ivanova o conocida como caperucita roja era quien le ayudaba en la cocina.

                Todos los viernes caperucita visitaba a su abuela Rudt, mamá de doña Mary Ubec; siempre le llevaba un par de panecillos y un poco de café como muestra de ayuda. El camino no era corto para llegar a la casa de la abuela, sino había que pasar la selva negra que se caracterizaba por ser solitaria y hostil para muchos peregrinos. Sin embargo, esto no era un motivo para no ir a ver a su abuela Rudt, ya que casi siempre un guardabosque la acompañaba porque era la ruta que seguía para cruzar la selva. Los pobladores de Comala-doske donde vivía la abuela de caperucita roja, entre voces comentaban que después de la 6 de la noche las fieras, animales salvajes y gentuza, salían de sus guaridas.

                Normalmente Caperucita pasaba antes de esa hora, ella no sabía. Su madre le decía que regresará pronto para que le ayudara con los pendientes y pedidos. Un día como cualquiera, Caperucita salió de su casa a las 4 de la tarde para ir a visitar de costumbre a su abuela, del otro lado de la selva negra. Junto a ella, iba el guardabosque y un par de panecillos recién horneados en leña. Casi a la mitad de la selva negra, el guardabosque se empezó a sentir mal, al grado de que se desvaneció. Por lo que se desconocía cuál había sido el origen de su malestar. La única opción que tenía Caperucita era llegar a pedir auxilio al poblado donde vivía su abuela Rudt.

                Fue como dejó al guardabosque completamente desmañado. Y emprendió su camino hacia Comala-doske. Para ese entonces ya eran más de las 5 y media y caperucita aun no llegaba a la casa de la abuela. Camino, camino y camino hasta que se encontró al final del bosque a un señor de apariencia como de lobo –o eso percibió– En ese momento le preguntó; ¿Qué haces aquí?

----Contesto caperucita: ¡sólo vine a ver a mi abuela y a pedir auxilio!

---- El hombre lobo responde: ¿Qué te pasó?

--- Ella dice, el guardabosque con el que me acompaña siempre se desmayo, así de repente.

Ahora entiendo, el cansancio en exceso de esas personas que se dedican a vigilar y cuidar la selva negra. Respondió el hombre lobo o señor con apariencia de lobo. Caperucita; señor, podría ayudarme a ir por el guardabosque. Señor lobo; claro., sólo que es muy peligro para ti. Mejor quédate aquí o vez a ver a tu abuela y yo me encargo del guardabosque.  

                De esta manera, fue como Caperucita roja camino otro poco más y llegó a la casa de la abuela. Tocó la puerta. De pronto se escucho una voz vieja y roca, decir ¿quién es? Caperucita roja respondió, ¡soy yo abuela Rudt ábreme! La puerta se abrió y entro. Enseguida, la abuela le dijo al Caperucita porque había llegado tarde, pues doña Rudt suponía que no vendrías por el trabajo que tiene tu madre. La abuela de Caperucita, era una señora de una edad alrededor de 85 años, muy cansada, apenas podía caminar ya que su columna estaba muy torcida.

                La abuela desde que abrió la puerta a Caperucita le pareció extraña, ya que ella no abre la puerta ni mucho menos camina un poco rápido. Pasó eso, la abuela ya estaba acostada en su habitual cama.

Caperucita le dice; abuela en un momento regreso, voy a buscar al señor que iba a auxiliar en el percance que tuvo el  guardabosque, aquel que siempre me acompaña para venir acá. Contesto la abuela, claro, vez hija pero deja los pastelillos, pues tengo mucha hambre. Si abue!  Salió caperucita de la casa de la abuela, pero no encontró a nadie y enseguida de regreso. Ya era tarde, pasaban de las 8:30 de la noche y estaba a punto de llover. Nuevamente, toco la puerta, y esta vez le dijo pasa si eres ¡caperuza!

Entró y la abuela se había comido todos los panecillos; Caperucita le dijo; haz comido mucho abuela, si. Tenía hambre. Enseguida la cuestionó; Por qué tienes esa boca tan grande, para comer panecillos, por qué tienes esos ojos tan grandes, para verte crecer, por qué tienes esas manos tan toscas, para amasar los panecillos, y por qué tienes ese corazón tan enorme, para quererte mejor.  Hija, yo soy tú madre!

 

 

 

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