Memoria política: elogio al pasado irreparable
No me imagino a un individuo parlante sin historia; lo más próximo que pienso es a un sujeto que nunca olvida el pasado, pues éste aún se manifiesta de diversos modos, no como recuerdos sino; como marcas que atraviesan nuestras experiencias como seres históricos. La bomba atómica, el Holocausto, la caída del muro de Berlín, el 11 de septiembre, la contingencia nuclear en Japón, son acontecimientos del pasado que están en la memoria de un grupo, de una élite, de una sociedad, de un pueblo, de una cultura, en suma, están aquí todavía en los tiempos presentes.
La historiografía contemporánea muestra diversos estudios sobre la memoria; en lo particular la memoria política engloba a un conjunto de hechos que han incidido de manera considerable en la vida cotidiana del hombre. Pero, ¿cómo es posible la justicia en aquellos hechos donde el hombre ha sido víctima de un mal o de una catástrofe? La lucha que habría sido generada en inmensas batallas (como la guerra de Bosnia, la caída del comunismo en la antigua Yugoslavia), podría ser el resultado de una oposición real entre vencidos y vencedores –víctima o victimario–; creo que el problema de fondo se desprende por el hecho de que los vencidos o las víctimas reclamen justicia. Lo cierto es que “como señala Pablo de Greiff, no existe ninguna nación que haya logrado de forma íntegra cumplir con todos los requerimientos de la justicia transicional en sus tres derechos fundamentales de justicia, verdad y reparación”[1]
De acuerdo con esto último, parece ser que las víctimas o vencidos se instalan en un lugar donde no hay cabida ni a la justicia, ni mucho menos a la reparación material. A lo máximo que puede aspirar la víctima sería a una reivindicación de sus estatus como víctima; lo que implicaría que los vencidos mutaran como vencedores en esta disputa por la historia. Algo similar ha lo que plantea Nietzsche en La genealogía de la Moral, cuando el “bueno” ha dejado de ser para definirse como malo, mientras, aquel que antes era visto como el “malo” es considerado ahora como bueno. Nietzsche ha denominado a esto trasmutación de valores[2].
Ahora bien, la “justicia” que reclaman las víctimas o vencidos se ha definido a mi juicio como injusticia (68 no se olvida). Ésta es producto de la indiferencia; porque justamente es la instancia donde el discurso del vencido/víctima termina en la periferia de la historia, como parte de un proceso de exclusión bajo el cual no se elige ser “víctima” como una especie de falsa conciencia; sino me parece que la víctima se define en el acto mismo. De este modo, el problema fundamental que enfrenta la memoria política, no es hacer justicia ni juzgar los acontecimientos risueños; más bien es analizar las problemáticas, conflictos, inconsistencias que amenazan a una estructura social.
Por otro lado, la memoria política tiene una fuerte relación con la historia oficial; me refiero a la historia del tiempo lineal, que se articula a partir de la continuidad de los hechos, donde se intenta llegar a una teleología que exprese el sentido histórico, o mejor dicho, el sentido platónico (reminiscencia, conocimiento y verdad). Los historiadores de este tipo de historia “(…) se han fijado preferentemente en los largos períodos, como si, por debajo de las peripecias políticas y de sus episodios, se propusieran sacar a la luz los equilibrios estables y difíciles de alternar, los procesos irreversibles, las regulaciones constantes, los fenómenos tendenciales que culminan y se intervienen tras de las continuidades (…)”[3]
Quizá uno de los problemas para pensar la historia oficial y la memoria política es el abuso de la misma memoria; Todorov, señala que la memoria suele ser amenazada por diversos factores, pero lo más desafortunado es que “la historia se reescribe con cada cambio del cuadro dirigente y se pide a los lectores de la enciclopedia que elimine por sí mismos aquellas páginas convertidas en indeseables.”[4]
Nietzsche dice que los triunfadores son aquellos que terminan escribiendo la historia; la historia oficial siempre muestra la “verdad” de los hechos o acontecimientos históricos. Se olvida por completo de las singularidades, dispersiones, discontinuidades que también se ejercen el cualquier móvil histórico. Y jamás dice que se ha equivocado en aquello que cuenta, relata, dice, emite y afirma como un hecho casi comprobable por los “instrumentos” de los historiadores. Los abusos de la memoria que Todorov señala, sería en otros términos las relaciones de poder que se ejercen para mostrar sólo lo que no resulta problemático ni peligro para la historia.
En el juego de las relaciones de poder (de tipo foucaultiano), podemos contrastar las parejas entre vencido/vencedor, víctima/victimario o incluso dominado/dominador, que representan el acomodo en el que surge las luchas por hacer dueños de la historia. Y al mismo tiempo, constituyen el marco histórico en el que se ajusta la memoria política, y la acumulación de acontecimientos, eventos y hechos que ocurrieron en el pasado de forma gloriosa, heroica y emblemática.
[1] Manuel Cruz, Acerca de la dificultad de vivir juntos. La prioridad de la política sobre la historia. Barcelona: Editorial Gedisa. 2007. p.30
[2] Véase Friedrich Nietzsche, La Genealogía de la Moral, Madrid: Editorial Alianza, 2009.
[3] Michel Foucault, La arqueología del saber. México: Editorial siglo XXI. 2007. p. 3.
[4] Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria. Barcelona: Editorial Paidos. 2000. p. 12.