El payaso-sabio o una micro-historia de la metáfora
El payaso es un personaje típico de nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia, aunque también está inserto en nuestra madurez. Él es productor de risa y sentido en la extensión de las palabras. Su simpatía radica en la búsqueda de sentido en las palabras ó cosas que al parecer no tienen sentido alguno (sinsentido). El payaso siempre nos hace reír en la medida en que nos envuelve en la ironía, el sarcasmo, la mentira, etc. Cabe señalar, que no todos los payasos son excelentes comediantes o bien, amantes de la risa. El payaso alivia a la verdad y la convierte en una horrible fantasía: el conocimiento está ligado a una Verdad que históricamente subyace en una convencionalidad que todos, o al menos la mayoría acepta sin dudar. Por el contrario, la fantasía es una parodia de esa verdad que la mayoría acepta como amén de la biblia, es decir, como un relato legítimo o mejor aun absoluto y determinante.
A esto, se contrapone la figura del sabio como el juez del conocimiento y amo de los ignorantes. Su sabiduría es quizás práctica poco mística pero muy lógica para su entorno. Él, es el mediador entre la Verdad y el mundo, de hecho su mundo se justifica a través de sus métodos y formas de entenderlo. El sabio, siempre busca lo rígido y la seriedad en su vida, nunca juega ni mucho menos acepta lo falso como verdadero, o lo oscuro como lo claro. Si acaso ríe, es porque en él existe otra dimensión poco conocida por él mismo. El lenguaje del sabio normalmente es esquemático y objetivo en tanto que establece un significado-significante; una relación lenguaje-mundo, sentido-referencia, sujeto-objeto. Lo que menos desea el sabio es ambigüedad y sinsentido en la elocuencia de las propias palabras.
Tanto el payaso como el sabio constituyen dos figuras opuestas una a la otra y al revés. En este escenario se encuentra la disputa entre quienes piensan que el lenguaje es múltiple, variable, cambiante, sin rostro, aun más metafórico. Y quienes piensan que el lenguaje es referencial, significativo, univoco, sin más ideal. El problema consiste en el significado y las interpretaciones: puesto que mientras el payaso se burla, ríe, ironiza a través del lenguaje y sus actitudes; el sabio, por su parte, agudiza el significado de las palabras, encajona al lenguaje y al conocimiento en una esfera lógica. Esta oposición, se visualiza en la objetividad de las ciencias sociales y ciencias naturales; existe un grado de distanciamiento entre una y la otra debido a campo de saber que estudian.
El payaso juega y juega con las verdades que las palabras se dan así mismo. El juego no es simple, porque la mística de las palabras se desliza fácilmente por el rio de las metáforas que proviene de una espontaneidad, y difícilmente de la razón. Aquí, se abre de algún modo el camino de la hermenéutica que toma en cuenta las distintas llaves que posibilitan la entrada a otra realidad. En esta misma realidad se halla la literatura y sus aires de grandeza pero al igual de tristeza y singularidad: recuerdo, el Proceso de Kafka, cuando el señor K (Joseph K) ha sido arrestado por un falso delito, su profunda actitud por deconstruir un sistema de verdad-justicia en el cual no le permite saber en sí la causa de su detención (proceso).
Llega un momento que ni los propios inspectores desconocen las razones del arresto de K., su radicalidad y melancolía rompen con un paradigma de seguir las cosas según los criterios que la misma autoridad te impone. Se olvida de la razón. Desnudar a una realidad y resaltar sus fantasías apócrifas es a mi juicio lo que Kafka nunca dejo de hacer. En la literatura subyace más que un juego de palabras, su viveza como uno, de tantos modos de entenderla, de abrazarla, de envolverse a ella: Nietzsche dice que “no existe ningún camino regular que conduzca desde esas intuiciones a la región de los esquemas fantasmales, de las abstracciones: la palabra no está hecha para ellas, el hombre enmudece al verlas o habla en metáforas rigurosamente prohibidas o mediante inauditas concatenaciones conceptuales…” (1998,12).
Así, el sabio, podría no estar de acuerdo con el jugueteo de las palabras. Lo que lleva al sabio a considerar que no existe un sentido capaz de comprender el significado de lo real, de la cosa. La imagen del sabio no es mal, sino mala ha sido la facha de creer que la razón y lenguaje ideal (J. Habermas) sin obstáculos, es el que debe de imperar no sólo en la ciencia sino los discursos comunicativos entre sujetos mundanos.