Sin peregrino, sin deicida
El interés por García Márquez fue fugaz; comencé a leerlo desde los 17 años de edad. El primer libro de Gabo que tuve en mis manos fue Cien años de soledad, un montón de vidas rotas que aparecen en la Hojarasca e Isabel viendo llover en Macondo. Lo que me impactó fue la aventura de los Buendía, gente amable, intrépidos, incomprensibles. Una vida soñada sin soñar. Entre a la Universidad y me olvide por completo de Gabo. En años venideros retome sus libros pero debo confesar que ya no tenía el mismo interés en el realismo mágico de García Márquez. No recuerdo exactamente qué ocurrió.
Un amigo en mi cumpleaños me regalo un libro, no sabía de cuál se trataba hasta que lo abrí. Era Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, el cual escribió en el tiempo que vivió en Europa principalmente en Barcelona, Ginebra, Roma y Paris. Sin duda, la lectura de sus cuentos descubrí la imaginación, lucidez y destello por resaltar lo real que rodeaban sus historias –algunas de ellas notas periodísticas y otras más por sus viajes por el mundo–. En el prólogo de este libro el propio García Márquez revela cómo nace este proyecto;
“La primera idea se me ocurrió a principios de la década de los setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años de vivir en Barcelona. Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. “Eres el único que no puede irse”, me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos”[1]
El cinismo y absurdo de Gabo resulta ser tan inquietante para un escritor, donde la muerte como tal no es el momento trágico sino es el instante creativo de sí mismo. La imaginación de un genio como García Márquez es tan innegable como la misma muerte; este es el costo de la finitud humana, Heidegger decía que hay un ser para la muerte, es decir, que necesariamente el acto de perecer tarde o temprano sobra sentido.
También, tuve un acercamiento a los intérpretes de la obra y vida de Gabo; un texto que manifiesta algunas anécdotas secretas, se trata de la tesis doctoral de Mario Vargas Llosa presentada en la Universidad Complutense de Madrid, todavía con el título de García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa. Posteriormente fue publicada con el nombre García Márquez: historia de un deicidio en 1971. El contenido es controversial y radical para los lectores de Gabo, pero me parece que es inteligente y sensato. Algunos podrían pensar que ofende la imagen de García Márquez, otros quizás simplemente –por curiosidad– conocerían la vida real del genio del realismo mágico.
Vargas Llosa es directo, García Márquez es un bastardo producto de una relación, en el que su padre, un individuo de clase baja tiene una relación amorosa con una linda chica de buena posición social. El padre de su madre, se opone a casarsela con el padre de Gabo. Allí, inicia una historia real que será frecuente en algunos los pasajes de Cien años de Soledad y en Amor en tiempos de cólera. El abuelo de Gabo, curiosamente fue un coronel de renombre en Colombia, en sus historias siempre sale a relucir la imagen de un coronel. El coronel no tiene quien le escriba. El coronel de los Buendía. Mario Vargas Llosa en su libro, narra varios pasajes –secretos– que vivió en carne propio nuestro Premio Nobel de Literatura 1982.
Tras la muerte de Gabriel García Márquez, se cierra el libro de su verdadera vida, en el que implícitamente fue cómplice de sus relatos, víctima de la escritura, dueño de su imaginación y un cronopio de las letras en América Latina. Un escritor amigo del tiempo y la paciencia. Gabo vivió la vida que escribió, desde sus cuentos fue un tercer personaje, un hombre que demostró que la ficción es más real que la propia vida.
Sin comensales de la literatura o sin escritores
El 2014 ha sido un año devastador para la literatura y los escritores, tras la muerte de José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Luis Villoro, Federico Campbell, Gabriel García Márquez y Emmanuel Carballo. Sólo resta el repunte intelectual de los individuos que no sustituyan sus historias sino que sigan siendo ejercitando o exigiendo que los lectores no dejemos de imaginar. ¿Qué queda?