¿Hay que repensar la democracia?

Publicado en por Heriliam

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La historia de la filosofía desde Platón hasta Hegel nos ha enseñado el carácter del logos no sólo como palabra o lenguaje sino también como razón, cuestión que ha dado tenor a cada época de una manera imprescindible. Por ejemplo, la tarea que llevo acabo Kant en la ilustración y su apuesta a la razón, son el claro reflejo del hombre que piensa por si mismo, sin la ayuda de ninguna fuerza moral. Así, la razón constituye el mecanismo y a su vez el acceso a la libertad gracias al uso público o privado de la razón.

         Hasta aquí parece cierto que la razón moderna es el pase de entrada a la libertad, como una especie de naturaleza puesta en el hombre. También, existe la posibilidad de universalizar a la razón en asuntos sociales, económicos, educativos pero sobre todo políticos, mediante un consenso que permita generar disposiciones, acuerdos y prácticas entre polos opuestos (públicos y privados), de modo que regule las diferencias de cada polo, como una demanda que intenta llegar finalmente a un acuerdo.

        El consenso como tal es un logro más de la era Moderna, porque es justamente un aparato creado para conciliar diferencias de cualquier orden posible que afecte ya sea las leyes o los derechos. Al aceptar al consenso como lo que representa siempre hay en el interior una serie de obstáculos, no físicos sino más bien legales que en su mayoría siempre benefician a unos cuantos. ¿Acaso no es similar esta noción de consenso que se empata con la democracia que hoy en día tanto se alaba?

        Porque se dice “democracia” a la organización política que tiene como fin elegir a una persona para obtener un cargo público; porque se nos sugiere que a partir de los 18 años solicitar la dichosa credencial de elector; porque debo de participar con mi voto en una democracia donde cada vez es más nihilista y falsa, es decir, que ya nadie cree en los partidos políticos debido a los pocos efectos que producen, y a la incapacidad de transformar la realidad (pobreza, desempleo, violencia, injusticia, narcotráfico, etc.).

        Parece fácil ir a votar, dejarse llevar por lo que muchos dice, no es tanto hacerlo por hacerlo, (sería entonces caer en la falacia de at populum). La tesis que sostengo aparentemente es inocente pero en realidad es radical; “la sociedad civil en la que vivimos está atada a estrategias, prácticas y mecanismos “reguladas” por una ley suprema”. Quizás esta ley sea la profesía del materialismo histórico.

         El problema se deriva cuando dicha ley suprema nos condiciona de tal modo que la aceptamos como “normal” e incluso como “idóneo” dentro de los espacios sociales, escolares, culturales pero sobre todo políticos. Esta ley suprema dicta en particular los criterios para saber quién participa en la democracia, y cómo debería de participar. No juzgo en sí el concepto de democracia sino la operatividad y la poca importancia que los ciudadanos (as) poseen después de votar, quiero decir, el ciudadano pasa a segundo término en la democracia porque ya no es el protagonista ni el antagonista de la polis (del pueblo), sino es un sujeto, sí, sujeto a las normatividades de una sociedad civil, esa que siempre se opuso Rousseau pero que al final su contrato social hizo hincapié en ello.

         Esta sujeción, es sinónimo de un control establecido por la sociedad moderna que genera entre otras cosas “cuerpos dóciles”, es decir, cuerpos incapaces de derogar, criticar, de pensar por si mismos (no al estilo de Kant pero intentar hacerlo) los problemas de seguridad, de educación, de bien estar social, de desempleo, de pobreza que en última instancia se relaciona con la democracia, porque ¿quién debe gobernar? y ¿hasta que punto es conveniente la conciencia democrática que muchos perciguen, mientras las cosas por otro lado continúan igual o aun peor?

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